Todo tranquilo en la Unidad COVID-19 — los trabajadores en St. Joseph luchan contra el pandémico.
Los ojos de Angela Barbeito lo cuentan todo.
La sonrisa con que la enfermera registrada saluda a los pacientes en la Unidad COVID-19 en el Centro Médico Penn State Health St. Joseph está escondida detrás de una máscara de cirugía, pero convierte a sus ojos en unas lunas gemelas crecientes.
Encontrarás los mismos ojos por todos los pasillos de St. Joseph. Sonrientes, pero fatigados. Con un poco de cansancio en las esquinas. La sonrisa no es una forzada. En cambio, es una sonrisa desafiante; una positividad feroz frente a la crisis más severa de salud en los tiempos modernos y toda la oscuridad que ha montado encima de ella: los cambios rápidos a su trabajo. Miedo para ella misma, su esposo y sus dos hijos, sin mencionar las docenas de pacientes que se pueden convertir de conversaciones placenteras hasta líneas planas en unas horas.
Cada día, vienen más.
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En este día hay 20 en St. Joseph y ocho más que se sospechan tener el COVID-19 – casi un tercio de todos los pacientes en residencia en el hospital en el Municipio Bern, Condado Berks. Se reclinan en camas en cuartos detrás de puertas de vidrio selladas. Para entrar en los cuartos para cualquiera razón, Barbeito y sus colegas tienen que pasar un rito que parece más una expedición de buceo de mar profunda que una consultación médica. Fuera de los cuartos, todos llevan máscaras y uniformes médicos. Cada superficie está meticulosamente desinfectada y limpiada. El quehacer más sencillo – traer un vaso de refresco de jengibre, por ejemplo – requiere o una reaplicación y eliminación ardua de equipo de emergencia o inventar un método nuevo de no entrar en un cuarto.
“Nada,” Barbeito dice detrás de su máscara, “es lo mismo.”
El personal ha convertido la sección del hospital de Barbeito – la Unidad de Decisiones Clínicas, que se reservaba antes del pandémico como área de ingresos para los pacientes internados en camino a otras partes del hospital – en un sitio para los pacientes con el coronavirus que no son críticos. En el viejo normal, los cuartos estaban más que nada vacíos. En este día, 16 pacientes con COVID-19 están allí, y el pasillo se llena con personal médico en sus uniformes.
Números están escritos en marcador en las puertas de vidrio por los lados del pasillo. Es una de muchas innovaciones, dijo Karen Palladino, encargada de la Unidad de COVID-19, parte de una variedad sinfín de intangibles que los trabajadores de salud están descubriendo de momento. Normalmente, las enfermeras entran y salen de los cuartos para comprobar signos vitales como temperatura, nivel de oxígeno y pulso. Ahora, solamente un empleado entra el cuarto a la vez para reducir la posibilidad de estar expuesto al virus, pues escribir las estadísticas en la ventana limita el número de visitas.
Los trabajadores de salud en St. Joseph dicen que están bien entrenado y bien equipado. Pero el COVID-19 todavía es algo nuevo.
Justo después de las 10 de la mañana, una enfermera se para fuera de uno de los cuartos y se pone el equipo personal de protección. Se pone guantes de goma, baja un escudo de plástico transparente enfrente de su cara y se arropa en un delantal – todo equipo que ha sido cuidadosamente desinfectado varias veces.
Kristin Gilbert, una enfermera registrada quien normalmente trabaja en la Unidad de Decisiones Clínicas, ayuda amarrarlo por atrás.
La puerta desliza abierta, y la enfermera entra. En la cama, una mujer está acostada boca abajo, su cabello una nube oscura en las sábanas blancas. La enfermera se acerca con un inhalador para los asmáticos.
“Sacúdelo,” Gilbert grita por la ventana.
La enfermera mira desde detrás de su máscara.
Gilbert hace pantomima. “Sacúdelo,” grita ella de nuevo. “Un soplo y aguántalo por cinco a 10 segundos.”
La enfermera afirma con la cabeza y se arrodilla al lado de la paciente.
La enfermera, explica Gilbert, habla español y está ayudando interpretar para la paciente. Más que 64% de la población de Reading son hispanos y el hospital tiene muchas enfermeras hispanohablantes.
Desde que empezó la crisis del COVID-19, la unidad ha pedido prestado enfermeras de otras secciones del hospital quienes tal vez o tal vez no están acostumbrados usar el equipo necesario para tratar al pandémico, pero quienes pueden ayudar con asuntos como barreras de idioma.
El trabajo muchas veces se hace juntos. Trabajadores de salud estacionados afuera de los cuartos frecuentemente son de departamentos distintos. Se llaman corredoras. El trabajador de salud dentro del cuarto, tapado con equipo personal de protección, muchas veces toca la ventana para pedir algo. De una manera cuidadosa, la corredora lo obtiene en vez de hacer que su colega tiene que quitarse el equipo de protección y dañar su esterilidad.
Esta paciente en particular, Gilbert dice, estaba bien solo unos días antes. Su temperatura estaba alta, pero parecía muy saludable. El virus atacó su respiración durante el fin de semana. Desde entonces, su condición se ha empeorado.
“Es espantoso,” Gilbert dice.
Pero menos espantoso con cada día que pasa, dice Tony Catanzaro, un educador de enfermeras de atención intensiva. Catanzaro ayuda al personal de enfermería de atención intensiva aprender lo último de la investigación y compartir prácticas comunes. En este día, un piso encima de la Unidad de COVID-19, seis pacientes están en la Unidad de Atención Intensiva.
Desde que empezó la crisis, St. Joseph ha mejorado en su habilidad de manejar el pandémico, perfeccionando procesos que ni estaban inventados apenas tres semanas antes, como el repaso afuera de pacientes con la potencial de tener el COVID-19, Catanzaro dice.
“Se mejora cada día,” él dice. A veces, el mejoramiento es incremental. A veces, más grande. Mientras el número de casos aumentan en el mundo entero, Catanzaro dice que los profesionales de salud han aprendido cuando acostar o no acostar un paciente en su estómago, que puede ayudar con la respiración. También han aprendido el momento indicado para intubar un paciente. Estos descubrimientos pueden hacer al mínimo el daño a los pulmones y hacer toda la diferencia con la recuperación, Catanzaro dice.
Muchos de los empleados luchando contra la enfermedad están en una batalla con su propio estrés, él dice. Miembros de su equipo han reportado la misma pesadilla que los despierta. En ella, se encuentran en un cuarto de hospital. No llevan el equipo de protección. Están tosiendo.
Días antes, St. Joseph tuvo su primera fatalidad del COVID-19. Fue un momento difícil para todos, Catanzaro dice. El paciente, un hombre de 56 años de edad quien estaba pasando con su familia en el área, parecía estar mejorando, pero de repente se puso mal.
Hay atrasos, pero Catanzaro dice que muchos miembros de su equipo están motivados por el desafío. Encuentra su propio refugio personal al pasar tiempo con sus hijos en casa y con sus padres – quienes evitan, siguiendo el distanciamiento social – desde lejos.
Palladino, quien tiene tres hijos en casa, está de acuerdo. “Uno los atesora hasta más.”
Ella pregunta a algunos de sus colegas pasando, “¿Cómo lo maneja Usted?”
“Me quito la máscara,” dice uno. “Me hace sentir tan libre.”
Sus compañeros se ríen. La risa ayuda apoyar a todos, Palladino dice, y bromea que acogen los chistes en la Unidad COVID-19 como si fueran regalos carísimos.
“No se puede respirar con estas cosas,” Palladino se pone de acuerdo.
Las máscaras y el equipo de protección “se convierten en un peso,” Barbeito se pone de acuerdo.
Como todos los demás, la vida entera de Barbeito ha sido cambiado.
Hasta su regreso a casa se ha convertido en un rito nuevo. Antes del COVID-19, se metió en su carro y manejó hasta su casa al final de su turno. Ahora, antes de salir, visita un cuarto en la Unidad de COVID-19 para una ducha. Hace unas semanas, Palladino puso un pedido en Facebook buscando personas donar jabones especiales y botellas de gel de baño para las enfermeras después de sus turnos. La respuesta ha sido enorme – el vestuario temporario de COVID-19 está lleno de productos especiales de baño.
Después de su ducha, Barbeito se cambia a ropa de calle. Va a su carro. Usando desinfectante y un trapo, limpia el interior de su carro, cambiando a zapatos que ha dejado allí. Maneja a la casa. Entra y se ducha de nuevo.
Entonces, puede abrazar a sus hijos.
“He sido enfermera por 20 años, y nunca…” ella dice. No termina la frase.
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